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Natalidad: La primacía de lo cultural

Por José Ignacio Palma
Publicada en La Segunda

Conversando alguna vez con una destacada intelectual de centro derecha, me permití hacer un matiz respecto de los llamados “30 años”. Si bien los chilenos mejoraron de manera contundente sus condiciones materiales, también experimentamos un resquebrajamiento de la institución familiar. Hoy son menos los jóvenes que ven en la familia un camino de realización espiritual, cuestión que se refleja, entre otras métricas, en la decreciente tasa de natalidad. Ella reconoció el problema, pero creía que en la arena pública, en el contexto de una democracia liberal, no podemos esgrimir argumentos pro familia que la presenten como una alternativa preferible de realización, pues se trata de una decisión propia del ámbito privado. En el mejor de los casos podemos explicar porqué una baja tasa de natalidad es un problema económico (por ejemplo, por la falta de fuerza laboral) y desde ahí ofrecer soluciones.

¡Vaya dilema en el que nos puso! Dar solución a un problema que en su base es cultural, pero sin hacer referencia a la cultura, los valores y los modos de vida. Desde el progresismo y el feminismo no son tan condescendientes: la autonomía respecto de la familia ha sido una bandera de lucha constante, al extremo de llegar a hablar de “la valentía de no tener hijos”.

Y es que motivos del tipo “sale muy caro tener hijos”, aunque en apariencia económicos, están cruzados por lógicas que se dirimen en el plano cultural. De otra manera no se explica que economías pujantes vean caer su tasa de natalidad en picada. Según un estudio liderado por universidades de Singapur y Estados Unidos, el problema del país asiatico no es que no haya recursos, sino que se están destinando a bienes alternativos que otorgan mayor estatus social. Hay un cambio en el comportamiento económico, pero antecedido por un cambio de visión sobre lo que constituye un estilo de vida ideal y un mejor uso de la libertad. Por lo mismo, los países que han buscado revertir el declive a través de incentivos como los bonos por hijo o el postnatal para los padres, solo logran atenuarlo. Los patrones culturales son más fuertes.

En consecuencia, no es una sorpresa que los jóvenes que ven la familia como un camino de trascendencia suelen tener más hijos. De acuerdo con el Institute for Family Studies (EEUU), las personas religiosas y practicantes presentan una tasa más alta que los no practicantes, y aún más alta que los no creyentes. Tener círculos familiares estables, basados en el matrimonio y con apoyo de los abuelos, también es clave para una mayor apertura a la paternidad.

En esa línea, los incentivos económicos y las políticas para congeniar trabajo y maternidad sin duda que pueden ayudar, en la medida que vayan apoyadas por un giro, tanto vivencial como discursivo, que asuma la primacía de lo cultural.

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