“Autoridades que esperamos sean honestas, austeras, que actúen siempre en función del bien común”. Esos fueron los deseos expresados por el presidente Gabriel Boric en pleno día de votaciones. “¡Hipócrita! –dirán algunos– ¿cómo se atreve a exigir honestidad después de todas las mentiras en el caso Monsalve?”; “¿De qué austeridad me habla? –preguntarán otros– ¡Si lo único que sube en este gobierno es la cantidad de funcionarios públicos!”
Las acusaciones al calor de los hechos siempre pueden pecar de exageradas, pero en este caso parece evidente que a nuestro presidente le hace falta aquilatar el peso de sus propias palabras. Y es que por más que algunos hagan el esfuerzo de otorgarle el beneficio de la duda, es difícil no contrastar la benevolencia y magnanimidad de sus dichos (“¿no será primo hermano del Padre Hurtado?”, se preguntaría Coco Legrand) con los hechos recientes respecto de los cuales, directa o indirectamente, se le puede atribuir responsabilidad.
Unos pocos días antes de la catástrofe del INBA, que terminó en más de treinta alumnos quemados, Gonzalo Saavedra (ex rector de la institución) me decía “me fui de un buen colegio el 2006, y volví a uno dominado por la violencia el 2017.” ¿Qué pasó entre medio? los Boric, los Jackson, las Vallejo ¡eso es lo que pasó! Las generaciones que hoy cursan la enseñanza media y superior no solo crecieron viendo bombas molotov en la televisión, sino también a un grupo de jóvenes de alta alcurnia que hacían de la legitimación de esa violencia un camino para canalizar frustraciones y llegar al poder. El mal llamado movimiento estudiantil fue la incubadora de una mentalidad juvenil que hace del victimismo, el individualismo y el desacato a la autoridad su credo ¿y cómo no? Si sus líderes, los mismos que promovieron la autonomía progresiva en desmedro de las familias, la rebeldía estudiantil en perjuicio de los profesores, y un estallido social en contra de las instituciones, hoy son diputados, ministros ¡hasta Presidente de la República! Vaya camino al éxito.
Hoy, el principal mandatario le habla a las “autoridades”, pero a juzgar por su historial, es claro que su uso del concepto de autoridad dista de ser lo que nuestros estudiantes necesitan. A la juventud chilena le urge verdaderos referentes, capaces de apartarse de la cultura del victimismo –que solo genera más violencia e intolerancia a la frustración–, y de optar por una cultura de la responsabilidad, la resiliencia y la abnegación. Como señala Joseph Ratzinger (más tarde Benedicto XVI), “el que se nos enseñe que no es preciso la dureza que entraña cumplir la tarea encomendada, ni el sufrimiento paciente que supone la tensión entre el deber del hombre y su ser efectivo: todo ello configura esencialmente la crisis de nuestros días.”
José Ignacio Palma, Coordinador Editorial Ideas Republicanas