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Del miedo a la incertidumbre

Boric sólo ha sido capaz de “habitar” el discurso. Se le da bien hablar sin preguntas, evitando fundamentar sus dichos. Además, habla sin considerar lo que están viviendo y sintiendo los chilenos. Eso, a este gobierno, perece no importarle. Primero están sus “gustitos ideológicos”.

La cuenta no consideró que la principal preocupación es el miedo actual y la incertidumbre futura. Se vive con miedo. No es una metáfora, ni una exageración: es la emoción dominante en la vida diaria. Miedo a salir de la casa. Miedo a que un hijo no conteste el teléfono. Miedo a que una bala, una encerrona o una pelea narco se cruce en la rutina más simple. La delincuencia no es una amenaza abstracta, sino una realidad palpable, constante y extendida. El narcotráfico ha penetrado barrios enteros, ha comprado silencios y ha desbordado a las instituciones. Y el crimen organizado ha dejado de ser una preocupación lejana, para instalarse como un actor más en nuestra vida cotidiana.

Pero, junto con este miedo cotidiano, hay un segundo sentimiento aún más profundo y generalizado: la incertidumbre. La sensación de que no hay rumbo claro, que las reglas están en cuestión, que nada es del todo estable. Esta incertidumbre no solo se proyecta en lo político y en lo institucional, sino también en lo económico, en lo cultural y hasta en lo emocional. Es una especie de niebla que lo envuelve todo: las familias, el trabajo, la salud, la educación de los hijos, la vejez que vendrá, el país que seremos.

En este clima de incertidumbre, que se suma a los niveles preocupantes de desconfianza y desencanto, las promesas de la cuenta suenan cada vez más huecas. Los chilenos ya no se conforman con diagnósticos y esperan que no cumpla el programa ofrecido en la campaña electoral, cuyas múltiples consecuencias tendrá que solucionar el próximo gobierno y pagar todos los chilenos. Lo que se exige hoy son compromisos reales: concretos, medibles, ejecutables. Y eso no se hizo ni se hará en estos nueve meses.

La situación que vive el país se ha agudizado por una combinación de factores: una institucionalidad que se percibe no respetada por las actuales autoridades y, a la vez, una gestión ineficiente e insuficiente para solucionar las necesidades de los ciudadanos; una agenda que parece girar en círculos y una cotidianeidad marcada por el temor y la incertidumbre.

El tiempo de los grandes discursos ha quedado atrás. Hoy los ciudadanos demandan políticas con sentido de urgencia y, sobre todo, con voluntad política de llevar adelante los compromisos asumidos. Esperan que las promesas se conviertan en acciones verificables, que los planes tengan respaldo técnico y viabilidad política, que los anuncios se traduzcan en transformaciones visibles. Se trata de una demanda ética y práctica: la de gobernar con responsabilidad, anclado en la realidad, y sin hacer de cada discurso un acto de ilusión pasajera. Porque cuando los diagnósticos abundan y los problemas se repiten, lo que falta no es comprensión, sino decisión. No basta con decir lo correcto; hay que hacerlo, y hacerlo bien.

Chile no solo está cansado: está frustrado. Las palabras ya no alcanzan. La confianza se ha erosionado tanto que incluso los anuncios se escuchan como parte del ruido ambiente. Por eso, el desafío de la cuenta era doble: enfrentar el miedo con fuerza y decisión, pero también disipar la incertidumbre, restaurando la certeza de que hay dirección, capacidad y propósito.

Un país que vive con miedo no puede avanzar, y un país que vive en la incertidumbre no puede confiar. Por eso, más que promesas, Chile necesita un relato coherente, acciones visibles y liderazgos que transmitan no solo “gustitos ideológicos”, sino también coraje, responsabilidad y claridad de rumbo.

Patricio Dussaillant, Director de Ideas Republicanas en El Mercurio

 

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