Los cambios de los últimos años han generado fragmentación, ingobernabilidad -incluso administrativa de la Cámara de Diputados- proliferando las personas o grupos con voto bisagra, lo cual le ha restado dinamismo y calidad al debate político-legislativo. Muestra de aquello es la exigencia en la discusión de “políticas públicas de nicho”, para que sean consideradas al mismo nivel de las urgencias verdaderamente relevantes para toda la sociedad.
El sistema binominal, junto a una Cámara de Diputados más pequeña, apuntaba a la existencia de bloques que permitían una discusión centrada en grandes temas que generaban consenso, lo que se respaldó en votaciones que permitieron los apoyos y las fuerzas necesarias para construir el Chile de las últimas décadas. Guste o no, esa forma de hacer política rindió frutos positivos.
Sin duda, los diversos proyectos políticos tienen que tener las mismas posibilidades de ser elegidos, pero es evidente que a más cupos parlamentarios, mayor es el fraccionamiento de los conglomerados que participan en la discusión legislativa, lo que dificulta la fluidez del debate político y le confiere una falsa relevancia a personas o grupos minoritarios que terminan siendo fundamentales para inclinar la balanza en uno otro sentido. Las votaciones tienden a diluirse en caudales políticos mucho más pequeños, lo que enreda la construcción de grandes acuerdos.
Algunos dirán que es importante la representatividad pero, en la práctica, actualmente aunque sean más diputados, cada uno de ellos representa a menos personas. Por ejemplo, para la elección de diputados del año 2013, en todo el país hubo solo cuatro electos con menos del 14% de los sufragios de su distrito. El diputado electo menos votado a nivel nacional, fue el de Los Ángeles, con un 12,83%. En la misma zona electoral, pero con las reglas del día de hoy, el diputado con la primera mayoría alcanzó el 11,61% de los sufragios.
La Cámara del período 2010-2014, igual que la del período siguiente hasta 2018, estaba compuesta por 120 honorables, divididos en cuatro listas electorales. Ya con el nuevo sistema, la Cámara del período 2018-2022 estaba compuesta por 155 honorables, divididos en siete listas electorales. Con la llegada del sistema proporcional, aumentaron las opciones para los votantes; más cupos por distrito significan más candidatos y más listas en donde elegir, lo cual significó que cada parlamentario electo habría obtenido menos votos que con el sistema anterior, por lo que en la realidad, fue respaldado por una considerablemente menor porción de la población. Lo mismo ocurre con la actual composición de la Cámara Baja, divididos en 9 listas, lo que da cuenta del aumento de esa dispersión.
La mayor cantidad de diputados no asegura una mejor ni mayor actividad legislativa, y mucho menos garantiza un mayor apoyo a cada parlamentario electo, ni tampoco asegura una mayor representatividad, pues están en los mismos territorios representados, solo que con más diputados.
Algunos podrán plantear la reestructuración de los distritos, pero en verdad aquello no es suficiente para mejorar la calidad del debate en pos de la construcción de grandes acuerdos. Es cosa de ver cómo los diputados de un mismo partido político votan de manera completamente distinta o contradictoria. La acusación constitucional de esta semana da cuenta de aquello. Las diferencias son legítimas, pero no se puede gobernar si cada votación significa un potencial conflicto que merma la fluidez del debate democrático.
Por todo esto: menos es más.
Por Jaime González K., director Área Legislativa de Ideas Republicanas